2023 Artículos Georgina Rodríguez Gallardo 

La envidia, un sentimiento que corroe el alma

Foto: Gabriela Martínez/MujeresNet

Por Georgina Ligeia Rodríguez Gallardo


La comparación es un hecho inmutable para las especies, por lo que el ser humano no escapa del ejercicio de autoevaluarse a partir de compararse. La consecuencia del contraste con el/la otro/a tiene tres opciones: se es igual, inferior o superior. Hecho que, en una sociedad en que la desigualdad marca brechas en las diferentes esferas del desarrollo de la persona, la envidia tiene un caldo de cultivo.


“La envidia y la emulación parientes dicen que son;
aunque en todo diferentes al fin
también son parientes
el diamante y el carbón”.

Joaquín Bartrina (1850)

Los sentimientos son un laboratorio de respuestas químicas y orgánicas, que se revelan a partir del comportamiento y de las expresiones corporales enmarcadas social y culturalmente, esto es, aprendemos socialmente qué y cómo sentir; el cómo interpretar ese sentimiento. Por ello la importancia en el manejo de las emociones desde temprana edad. Si bien los sentimientos y emociones se tratan de respuestas orgánicas, el control que se haga de éstas radica de lo aprendido en un contexto sociocultural. No es lo mismo el enojo en la actualidad que hace 80 años, y en el caso del tema de este documento la envidia no es la misma hoy que hace 80 años, las motivaciones de la envidia son diferentes y la manera en que la expresamos y la interpretamos es diferente. Es posible que, con el uso de las redes sociales, los detonantes de la envidia hayan crecido exponencialmente, en buena parte porque el carácter de lo íntimo ha cambiado, la vida privada es ahora pública a partir de su exposición en plataformas sociales.

Las emociones y los sentimientos forman parte importante de la persona, no son solo emociones que trastocan nuestra cotidianidad. La emoción es detonante del sentimiento o de múltiples sentimientos. Si bien las emociones son muchas, se habla de 27, que se derivan de 6 básicas: felicidad, tristeza, ira, sorpresa, miedo y disgusto[1] y según estudios se habla de hasta 450 sentimientos. La combinación de la emoción y el sentimiento derivan en una o varias respuestas orgánicas, y psicológicas sujetas a lo social, vamos a reaccionar conforme a lo socialmente permitido. Ello no exime que el sentimiento de la envidia se salga de las manos causando situaciones incómodas y dolorosas que afecten a la persona.

Es en la infancia en que se forja el sentimiento de la envidia; la complejidad de las relaciones al interior de la familia y el trato hacia los y las menores son asimilados y definen su respuesta en el ejercicio de comparación con los/as otros/as resultando una evaluación de sí mismo/a.

“Es común que un sujeto sienta envidia, en alguna de sus numerosas manifestaciones, hacia alguien y, simultáneamente, profese adoración acrítica hacia otra persona. Se trata de las dos caras de una misma moneda. Este fenómeno es consecuencia del mecanismo de escisión, al que suele añadírsele la defensa psicológica de la racionalización, que permite al sujeto dar cuenta de por qué cierta persona tiene atributos superiores o es merecedora de descalificaciones, mientras que otra lo es de adhesión incondicional (léase identificación con su grandeza real o imaginaria). El proceso de la escisión tiene su origen en los sentimientos de dependencia del ser humano en su infancia. De los poderosos adultos que le rodean hay acciones que le gratifican y acciones que le frustran; las primeras generan amor, las segundas, odio. Una manera típica de liberarse de la tensión que esto provoca es escindiendo las figuras significativas en “buenas” y “malas”, por ejemplo, en una “madre buena”, objeto de veneración y una “mala” objeto de rencor. El paso siguiente es el que llevan a cabo los mecanismos psicológicos del desplazamiento y la generalización a otras personas inconscientemente representativas de las figuras significativas de la infancia” (Paniagua, 2002:37-38).

La envidia es anhelar lo que la otra persona es o/y tiene a tal grado que le genera dolor y busca tenerlo: la casa, el carro, el físico, los estudios, su personalidad y buscará imitar, adquirir, poseer o quitar.  Emergen sentimientos encaminados a poseer lo que esa persona tiene y si es posible superarla. Es común negar la envidia, porque de manera consciente o inconsciente se reconoce imperfecto, inferior.

“Reconocer la propia envidia implicaría, a la vez, declararse inferior al envidiado; trátese de pasión tan abominable, y tan universalmente detestada, que avergüenza al más impúdico y se hace lo indecible por ocultarla” (Ingenieros, 1913:126).

La envidia es un sentimiento estudiado desde la antigüedad, Aristóteles realizó un análisis de la envidia, y su cercanía con el odio y señala:

“…a primera vista se confunden: parecen brotar de la maldad, y cuando se asocian tornarse más fuertes, como las enfermedades que se complican. Ambas sufren del bien y gustan del mal ajeno; pero esta semejanza no basta para confundirlas, si entendemos sus diferencias. Sólo se odia lo que se cree malo o nocivo; en cambio, toda prosperidad excita la envidia, como cualquier resplandor irrita los ojos enfermos. Se puede odiar a las cosas y a los animales; sólo se puede envidiar a los hombres” (Ingenieros, 1913:126).

En estos tiempos de difusión en las redes de lo que se posee y se ostentan situaciones que se autovaloran para ser subidas a redes y expuestas al mundo, lo íntimo queda expuesto a los ojos de quien quiera verlo. La envidia como un sentimiento que detona otras emociones negativas como hostilidad, rabia, depresión; resultando inevitable que quien envidia se ubique en una posición inferior al sujeto de su envidia, que generalmente son personas cercanas: amigos, familiares, compañeros de trabajo.

En cuanto a la personalidad de la persona que es propensa a la envidia, se maneja una serie de características como es la baja autoestima y la inseguridad emocional que le afectan al grado en que le es difícil aceptar el éxito de los/as otros/as.

“El Diccionario de la Real Academia dice de la envidia que es ‘la tristeza o pesar del bien ajeno’, pero esta definición parece algo pálida si consideramos las múltiples manifestaciones de este fenómeno psicológico. Para empezar, señalemos que de la tristeza del bien ajeno a la alegría por el mal ajeno sólo hay un paso, y a esta última también la categorizaríamos como envidia. Hay muchas formas de envidia y los sentimientos de inferioridad constituyen la piedra angular. La envidia no puede ser entendida en todo su espectro sin considerar las sensaciones de precariedad narcisista y las vicisitudes de las pulsiones agresivas en la infancia, dentro del seno familiar. En efecto, las diversas modalidades de envidia no son sino un eco de los sentimientos de inferioridad y rivalidad sufridos por el niño en su desarrollo psicológico, con padres, hermanos y otras figuras significativas. La envidia instaurada en el adulto es, por lo general, una reacción ante las experiencias de pequeñez y desvalimiento de la infancia”  (Paniagua, 2002:36).

¿Cómo funciona la envidia en el cerebro? Es frecuente hablar de “la envidia buena y la mala”; según la respuesta del cerebro es cierto: la envidia buena fundada en el reconocimiento, admiración y que motiva la autosuperación. De acuerdo don Eduardo Calixto[2]

 “…la parte del cerebro que se activa es la corteza prefrontal, la corteza inteligente, la corteza objetiva, la corteza proyectiva, la de las funciones cerebrales superiores, la corteza cerebral que pone freno a todo el sistema límbico, la corteza lógica y congruente paradójicamente es la que envidia. Por eso el proceso de envida es un proceso inteligente… Activa también la corteza del giro del cíngulo, esta corteza, que activa dolor; que procesa dolor, pero también interactúa o sea que hace el proceso inteligente. De muchas de las caras que vemos, si yo veo que alguien no me está haciendo caso, hago lo posible para que me haga caso, si alguien está llorando yo me pongo triste… y si alguien tiene miedo lo abrazo para tratar de empatar emotivamente. Eso hace el giro de cíngulo, por lo tanto el proceso de envida es un proceso que si se proyecta positivamente es un proceso positivo, es algo que en el campo de las neurociencias queremos tratar de quitarlo, desmitificar; no es malo sentir envidia, tenemos el procesamiento para sentirlo por lo tanto tener envidia es una condición neuroanatómica que se favorece con la inteligencia humana[3]”.

Y la envidia mala que no solo desea lo que tiene la otra persona, sino que busca arrebatarlo, se desea que la persona envidiada pierda aquello que se desea. La envidia corroe el alma, le causa dolor el tan solo ver a la persona que envidia. Calixto lo explica así:

“Si no logro el puesto, si no logro más de lo que yo había proyectado… se activa la parte menos evolutiva de nuestro cerebro, se activa la amígdala cerebral y los ganglios basales. Esto ya está muy bien estudiado, entonces entendemos que la parte ya descontrolada de la envidia es un proceso poco inteligente. La primera parte es inteligente, es objetivo y es analítico. La segunda parte donde me corroe –la envidia– me rompe y me hace sentir mal. Es la parte menos evolucionada del cerebro. Por tanto, si envidiamos tenemos esa capacidad de hacerlo con control, es lo que nos hace diferentes a los animales, por eso en la escala filogenética esta escala prefrontal nos hizo humanos, nos hizo inteligentes, nos hizo extraordinarios, pero también nos hizo envidiosos[4]”.

¿Podemos pensar que en la actualidad la persona es más envidiosa que a principios del siglo pasado? Desde mi punto de vista, sí. Un ingrediente que hace la diferencia para que las personas pongan en práctica su sentimiento de envidiar son las redes sociales, que son un medio en que se muestra lo que se posee, en dónde están, con quién están, ambientes o patrimonios que son detonantes de la envidia. Además de que en una sociedad de consumo y con la necesidad de reconocimiento de los demás es muy probable que la envidia sea una práctica cotidiana. En otros momentos históricos la envidia florecía a raíz de otros factores.

“El talento –en todas sus formas intelectuales y morales: como dignidad, como carácter, como energía– es el tesoro más envidiado entre los hombres”   (Ingenieros, 1913:134).

Las redes sociales son el espacio en donde la presunción y la envidia encuentran tierra para germinar. En las redes se muestra lo que se desea mostrar: viajes, posesiones, relaciones felices de familia o de pareja, y en casos extremadamente pretenciosos, autos, joyas, ropa, casas. Que en la sociedad con desigualdad e inequidad se convierten en blancos autoexpuestos para envidiar.

“Por eso hoy queremos hablarles de este fenómeno: la envidia digital. Es un neologismo, por supuesto: lo utilizamos para dejar claro de qué estamos hablando. Se refiere al sentimiento que surge en nuestro interior cuando pensamos que los demás tienen menos problemas, menos preocupaciones o disgustos porque sólo vemos los fantásticos paisajes que fotografía y sus poses sonrientes…”[5]

La persona que envidia sufre al ver a la persona que tiene lo que anhela. En el mejor de los casos se recurre a la imitación. Una manera de aminorar la envidia, es conocer a la otra persona, no sabemos lo que tiene que enfrentar para alcanzar sus logros, o adquirir sus bienes, contar con sus talentos, todo requiere un esfuerzo y en ocasiones sacrificios. Desconocemos lo que hay tras las fotografías que se presentan.

“El envidioso es la única víctima de su propio veneno; la envidia devora como el cáncer a la víscera; le ahoga como la hiedra a la encina. Por eso Poussin, en una tela admirable, pintó a este monstruo mordiéndose los brazos y sacudiendo la cabellera de serpientes que le amenazan sin cesar” (Ingenieros, 1913:137).

La envidia puede llevar a querer desaparecer a aquella persona que provoca dolor, insatisfacción y menosprecio a sí mismo. Recordemos la película de Mozart (1985) en que Antonio Salieri hace gala de la envidia al talento de Wolfgang Amadeus Mozart en que se muestra la corrupción de un alma carcomida por la envidia. Aún no está comprobado, pero Salieri en su agonía y demencia declaraba haber matado a Mozart. Y por supuesto, no podemos dejar de mencionar a Abel y Caín, hijos de Adán y Eva, en que Caín mató a Abel por envidia y celos.

“En el estudio de las múltiples formas de presentación de la envidia es crucial comprender que todos los seres humanos tenemos que negociar intrapsíquicamente de alguna manera el dolor de nuestra vanidad herida en las comparaciones desfavorables. Ninguno nos libramos. El refrán “Si los envidiosos volaran, no nos daba nunca el sol” es inexacto; la conclusión correcta sería “¡No quedaría nadie con los pies en la tierra!”… Los modos en que nos protegemos de la aflicción de la envidia dependen de la intensidad de ésta y del repertorio de las defensas psicológicas a nuestra disposición. Éstas pueden dividirse en dos grandes grupos: 1) el de aquéllas encaminadas a eliminar las características envidiadas o al individuo mismo que las posee, y 2) el de aquellas destinadas a lograr una fusión fantaseada con la grandeza del envidiado” (Paniagua, 2002:41).

La comparación es un hecho inmutable para las especies, por lo que el ser humano no escapa del ejercicio de autoevaluarse a partir de compararse con las y los demás. La persona se contrasta, es un ejercicio inherente, aprende a partir de la contraposición por lo que es un ejercicio inevitable. Esta práctica es ineludible y como resultado coloca a la persona en una posición, la estratifica. La consecuencia del contraste con el/la otro/a tiene tres opciones: se es igual, inferior o superior. Hecho que, en una sociedad en que la desigualdad marca brechas en las diferentes esferas del desarrollo de la persona, la envidia tiene un caldo de cultivo, por ello la importancia de aprender a enfrentarla y sacar lo positivo, verla como una meta de superación y no de desear el mal del sujeto envidiado.

La envidia debe de aprender a manejarse para no provocar estados de ánimo que confronten el bienestar como depresión, suicidio, drogadicción o alcoholismo. El fortalecimiento de la persona se vuelve fundamental en su autoestima, así como el reconocimiento de sus logros y alcances, en donde el manejo de las emociones desde la infancia ayuda a enfrentar las desigualdades e inequidades con afán de superación y de mejora.

Bibliografía

Ingenieros, José (1913) El Hombre Mediocre, Ed. Renacimiento: Madrid y Buenos Aires.

Paniagua, Cecilio (2002) “Psicología de la envidia”, Ars Médica. Revista de Humanidades Médicas, Número 1, 35-42. Disponible en:   https://www.fundacionpfizer.org/sites/default/files/ars_medica_2002_vol01_num01_035_042_paniagua.pdf

Notas:

[1] https://expansion.mx/tendencias/2017/09/12/hay-27-distintas-emociones-humanas#:~:text=Los%20cient%C3%ADficos%20identifican%2027%20emociones%20humanas

[2] https://soundcloud.com/marthadebayle/lomejorde-por-que-sentimos-envidia?utm_source=www.marthadebayle.com&utm_campaign=wtshare&utm_medium=widget&utm_content=https%253A%252F%252Fsoundcloud.com%252Fmarthadebayle%252Flomejorde-por-que-sentimos-envidia

[3] Transcrito de un audio, por lo que se editó.

[4] Ídem. Transcrito de un audio, por lo que se editó.

[5]https://www.lafamilia.info/categorias/valores/crecimiento-personal/3138-redes-sociales-hemos-caido-todos-en-la-trampa-de-la-envidia-digital

 

 

 

 

Te recomendamos también:
El odio se sentó en nuestra mesa: discriminación y violencia

Sentido de vida y la pasión por vivir: logoterapia

Manos danzantes: lengua de señas

Un asomo a la discapacidad

Poder y Belleza: la percepción de lo bello

 

Más Contenido